► Alemania podría proponer a Bruselas que se prohíba la fabricación de coches con motores de combustión interna a partir de 2030
La noticia la ha dado el semanario Der Spiegel y en realidad no deja claro del todo si se refiere a todos los motores de combustión interna o sólo a los que consumen gasolina y gasóleo. De ser sólo a éstos, los fabricantes de automóviles aparentemente quedarían autorizados a seguir usando ese tipo de motores siempre que consumieran, por ejemplo, alguna de las diferentes formas de presentación de los hidrocarburos gaseosos como el gas natural comprimido (GNC), licuado (GNL) o gas licuado del petróleo (GLP) que últimamente se está distribuyendo con el nombre comercial de Autogas. Los dos primeros, a los que algunos han decidido agrupar en lo que se conoce como Gas Natural Vehicular (GNV) son metano, mientras que el tercero es mayoritariamente propano.
Para los interesados en ampliar información sobre el Autogas, recomendamos la lectura del artículo publicado al respecto en nuestra colega Motorpasión Futuro. EL GNC y algo menos el GNL pensamos que son mucho más conocidos del público en general en particular por su uso en los autobuses de las empresas municipales de transporte, aunque quizá convenga recordar que en ese uso, el GLP precedió en algunas décadas al gas natural, aunque terminara por caer en desuso en España, en parte debido a que, al ser más pesado que el aire ─el GLP es menos pesado que el aire─ los sistemas de evacuación de posibles fugas en las cocheras eran mucho más costosos.
Y quizá ni siquiera GNC, GNL y GLP, ya que Der Spiegel sugiere que sólo se permitiría fabricar vehículos con cero emisiones y los tres combustibles gaseosos citados emiten dióxido de carbono (CO2) al quemarse, un gas de efecto invernadero.
¡Del pozo a la rueda!
Y otra vez volvemos aquí a lo de ¡Del pozo a la rueda!, ya que el que un vehículo no genere emisiones contaminantes que salgan por su tubo de escape no quiere decir que no las produzca, porque lo que en realidad puede estar haciendo es desplazarlas a la parte previa a la fase de utilización de dicho vehículo por el usuario: extracción de los minerales como el litio y el cobalto que precisan sus baterías, generación de electricidad en centrales térmicas de elevada contaminación ─las de ciclo combinado no son tan abundantes como se piensa y, además, aunque contaminen menos, siguen contaminando─ para recargar esas baterías, procesos de transporte en vehículos que sí emiten contaminantes como barcos, barcazas, aviones, ferrocarril y otros automóviles, aunque reconozcamos que en los barcos ─no tanto en las barcazas fluviales─ se está basculando hacia el uso de gas natural, etc.
Según el semanario alemán, el planteamiento del Bundesrat ha sido muy bien recibido por el partido de los verdes ─verdes oscuros, como muestran las pocas luces que en ocasiones tienen, como luego veremos─ que, no obstante, se han sorprendido al conocer el asunto ya que, según su portavoz, Oliver Krischer, si el tratado de París sobre emisiones que contribuyen al calentamiento climático ─supuesto calentamiento climático, matizaríamos nosotros, aunque ese debate lo vamos a dejar para otro momento─ se lleva a rajatabla, ya estaba decidido en dicho tratado que a partir de 2030 no se podrán fabricar vehículos con motores de combustión interna.
Lo que ni políticos ni verdes ─oscuros─ parecen haber calibrado ni por asomo es el impacto social que la medida tendría, eliminando cientos de miles de puestos de trabajo pues la fabricación de coches eléctricos, que son los que se quiere imponer por narices, requiere sólo una décima parte de la mano de obra que precisan los automóviles con motor de explosión.
¿Y cómo se piensa replantear el sistema impositivo?
También demuestran no haberse planteado el impacto fiscal que esa medida tendría. No es nada fácil reemplazar las fuentes que alimentan el sistema impositivo de los países de la Unión Europea (UE): impuestos sobre la gasolina y el gasóleo y también sobre los ingresos de los propios trabajadores que en el presente mantiene la industria del automóvil, los cuales ─impuestos y puestos de trabajo─ se verían sensiblemente mermados al bascularse a los vehículos eléctricos, al tiempo que los gastos derivados de los subsidios de paro se dispararían.
Además, al ser los vehículos eléctricos mucho más caros que los convencionales al menos durante un número de años considerable, se produciría un parón en las compras de automóviles que también daría un buen tajo a los ingresos de las arcas de los respectivos estados miembros. Suponemos, claro está, que en esas condiciones sería prácticamente imposible el establecimiento de ayudas financieras a la compra de los vehículos eléctricos.
Además, el parón de compras de vehículos se traduciría en un más rápido proceso de envejecimiento del parque de automóviles y lo que ni políticos ni verdes ─oscuros─ parecen haber tenido en cuenta es algo que la industria del automóvil viene planteando desde hace mucho a los políticos: que no basta con mirar hacia delante y que también hay que volver la vista atrás.
De poco sirve reducir las emisiones de los vehículos nuevos si en el parque de automóviles hay una inmensidad de vehículos de mucho más alto índice de contaminación que llevan circulando un montón de años y seguramente seguirán haciéndolo por otros tantos.
Por otro lado, y no menos importante, la red de puntos de recarga de las baterías es en Europa, por mucho que se diga lo contrario o se suavice la cuestión, inexistente en estos momentos; un aspecto sobre el que curiosamente, en estos días de euforia eléctrica se ha cubierto con el más tupido velo.
En fin, que a ver si en la borrachera voltaica que en estos momentos embriaga a Europa, políticos y verdes ─oscuros─ reciben un calambrazo que les aclare las ideas y les devuelva a la realidad cotidiana.