🔸 Relato detallado de un viaje cuyo protagonista ve ahora como absurdo pero que muestra la diferencia de enfoques que en todo negocio tienen los que están arriba frente a los que están abajo
MADRID ─ En la primera parte ─que en principio iba a ser única─ de esta historia, mi amigo Andrés relataba cómo, allá por 1990, intentó, sin éxito, vender a Western Star la cabina panorámica (CP) que Mario Gamarra había desarrollado para los camiones Barreiros en 1967. Para ello, Andrés decía que se había ido a Oregón, en Estados Unidos, para hablar con los de Western Star y convencerles de que quizá pudieran salir de la crisis de ventas que, como otros muchos fabricantes de vehículos industriales estaban padeciendo en aquellos momentos. Y claro, algunos de los muchos lectores de esa primera parte de la historia enseguida nos manifestaron su extrañeza porque Andrés hubiera ido a Oregón a hablar con los de Western Star cuando estos últimos tenían su fábrica en Kelowna, en el estado canadiense de British Columbia. Además, la producción de Western Star no se trasladó a Portland (Ohio) hasta 2002, cuando ya hacía más de un año que esta compañía había sido comprada por Freightliner. Pues bien, nos hemos puesto de nuevo en contacto con Andrés para aclarar ese punto y él nos ha explicado los detalles de aquel viaje, que no fue uno sino dos y con características épicas propias de los viajes de Ulises.
En aquella crisis económica de 1990, mi amigo Andrés se defendía como gato panza arriba, fabricando en México carrocerías para los camiones de Liconsa Conasupo, una sociedad paraestatal que distribuía leche enriquecida para cubrir las deficiencias nutritivas de los niños mexicanos, y hacía reparaciones de todo tipo: reconstruía camiones que se accidentaban, alargaba chasis y también construía las cabinas que la Fábrica de Autotransporte Mexicana (FAMSA) montaba en unos camiones que usaban mecánica International Harvester, hoy Navistar, o abastecía de cabinas a otros fabricantes de camiones y autobuses de la zona de Monterrey como Industrial Ramírez o Diesel Nacional (DINA), en Ciudad Sahagún, por citar algunas de sus actividades de por entonces. Nunca le decía no a nadie con tal de mantener activa mi fábrica, dice Andrés.
Primer contacto con Western Star
El primer contacto con Western Star lo estableció Andrés a través de Enrique (Kike) Miranda, una persona de trato muy agradable que tenía un changarro (un pequeño negocio) de venta de repuestos, piezas de colisión (los elementos externos que más se deterioran en caso de accidente), reconstruía camiones siniestrados y también traía camiones usados de Estados Unidos pero cortados o semi-desarmados, cabina por un lado, motor por otro y chasis cortado a la mitad por otro. Y también era representante a comisión de Western Star en México.
Yo le conocí haciendo antesala en la oficina de compras del ejército mexicano, una vez que hubo un concurso para adquirir camiones 6x6. Visitó mi fábrica y yo visité su changarro y hubo buena empatía. Así que nos hicimos amigos, comenta Andrés, que añade: Él me habló de lo caras que eran las cabinas de los Western Star, las dificultades que había para importarlas, el largo tiempo que se tardaba en traerlas a México, etc. Y también recuerdo que me dijo que Western Star no construía las cabinas de sus camiones sino que se las compraba a un fabricante norteamericano.
Pese a que la imagen icónica de los camiones Western Star es la de un camión con cabina de morro, esta compañía también fabricaba camiones con cabina avanzada o sobre el motor (COE) |
Tratando de ahorrar
Entonces los vuelos internacionales desde México a Los Ángeles eran muy caros, pero si hacías un vuelo doméstico desde México a Tijuana, pasabas la frontera a pie y en San Ysidro, un distrito de la ciudad de San Diego, alquilabas un coche para llegar a Los Ángeles, pues te salía por la mitad de precio, explica Andrés.
En su deseo de hacerse con el contrato de suministro de cabinas, Andrés propuso a sus interlocutores de Western Star construirles gratuitamente una cabina para que comprobaran que era igual que las que les suministraban desde Texas, para lo que necesitaba que le facilitaran una copia de los planos de la cabina.
La respuesta de los directivos de Western Star fue que no estaban autorizados a entregarle aquellos planos por cuestiones de patentes y otras razones y remitieron a Andrés y a Kike a una especie de almacén central de recambios que Western Star tenía en Portland. Allí recepcionaban los motores, transmisiones, ejes, diferenciales y hasta los largueros de los chasis, que compraban a diversos proveedores estadounidenses. Y des donde abastecían de repuestos a sus clientes. De hecho, allí era donde Kike adquiría los recambios que necesitaba en México.
El misterioso potentado australiano
Así que Andrés y su amigo se volvieron a Portland donde al día siguiente fueron recibidos por otro equipo de directivos, todos también de edad avanzada, cerrados de mollera y con una pinta muy rural, según cuenta Andrés. Me hablaron de que la empresa la acababa de comprar un millonario australiano, pero que a pesar de eso seguían teniendo problemas financieros ─añade─ pues como fabricaban en pequeñas series, los proveedores les cobraban más caro que a sus competidores.
Sugerimos al lector interesado en conocer más a fondo la historia de Western Star que acceda al enlace 50 AÑOS DE WESTERN STAR: DE WHITE MOTOR A DAIMLER TRUCKS, PASANDO POR AUSTRALIA Y ERF en este mismo blog, donde encontrará cumplida información al respecto.
Y entonces, yo creo que a mala leche, me dieron los planos de las piezas mas complicadas como las puertas de la cabina, un soporte de los depósitos de gasóleo y un sleeper, se lamenta Andrés, que se volvió a México con Kike.
La cabina CP de Barreiros irrumpe en el camino
De nuevo en México, Andrés le enseñó a su amigo Kike la cabina CP que había comprado en España y éste le dijo que, con algunas adaptaciones se la podían enseñar a los de Western Star, pues podría venirles muy bien ya que cada vez estaban más de capa caída y que, al ser una cabina europea, ya no habría que homologarla en Estados Unidos.
En ocasiones me he preguntado si la cabina de Mario Gamarra llegaría a ser homologada en España en algún momento, se interrumpe Andrés.
Así que Andrés le propuso a Kike coger una camioneta y echar en ella el sleeper y algunas de las piezas que ya había fabricado sobre los planos que le habían entregado en Portland y marcharse de nuevo a hablar con los de Western Star para enseñarles todo aquello.
Pero Kike era ya una persona bastante mayor y, asustado ante un viaje tan largo, declinó acompañar a Andrés en esta segunda oportunidad.
Segundo intento
Yo, como ya había invertido un dinero en todo aquel proyecto, pues hice muchas fotografías de la cabina que había comprado en España y varios dibujos de la que, inspirada en ella, quería proponerles a los de Western Star. Cargué todo, incluyendo el sleeper y las piezas, en una camioneta de 3,5 toneladas y me dirigí a Tijuana, en un viaje de cuatro días y por unas carreteras que daban miedo, relata Andrés.
En Tijuana, nuestro protagonista contrató a un agente de aduanas que pasó legalmente el sleeper y las piezas a Estados Unidos y le dejó guardar la camioneta en su aparcamiento. Y en San Ysidro, el lado americano de la frontera de Tijuana con San Diego, Andrés alquiló un camioncito de U-HAUL, la conocida empresa de alquiler de vehículos para mudanzas y otros menesteres y cargó en él todo lo que había traído de México, lanzándose por la interestatal 5 a un viaje de tres días, conduciendo hacia el norte por Los Ángeles y San Francisco hasta llegar a Portland.
Fueron tres días infernales; un frio del demonio, alimentándome de hamburguesas y durmiendo en hoteles Super 6 de carretera que son los más baratos, revive Andrés con sus recuerdos.
Como entonces no se habían popularizado aún los teléfonos móviles, Andrés se comunicaba con su esposa en México desde las cabinas telefónicas de monedas que encontraba en las gasolineras. En una de esas llamadas a casa, su esposa le comunicó que una empresa financiera muy grande de México les había hecho un pedido de carrocerías de microbuses y que les había dado un anticipo de importancia para hacer los herramentales, lo que redujo la angustia económica que por aquel entonces atravesaba Andrés.
Por fin, nuestro protagonista llegó a las oficinas-almacén-taller de Western Star en Portland a las 4 y media de la tarde pero los directivos que le habían atendido en su viaje anterior no quisieron recibirle pues aquellas dependencias cerraban a las 5 de la tarde. Como el lector podrá imaginar, aquello irritó mucho a Andrés, que llevaba siete días conduciendo para llegar allí.
Descanso y relajación
Superado el primer repente, nuestro amigo decidió ser positivo y aprovechar para descansar y, al día siguiente, asearse y vestirse de traje para mostrar en Western Star el sleeper y las piezas que había construido y hasta los planos del nuevo tractocamión con cabina abatible y suspendida que había diseñado.
Les gustó mucho ver los dibujos de la cabina CP reestilizada por mí y que no tuviera remaches, sino que fuera soldada por puntos y me preguntaron que por qué no la había llevado, a los que yo les respondí que había llevado el sleeper, que era el objeto del negocio que yo les había propuesto, indica Andrés.
Pero los directivos de Western Star con que estaba hablando Andrés volvieron a la carga con el tema de los problemas financieros, indicándole que el australiano que había comprado la compañía tiempo antes, no había inyectado fondos en la misma y que inclusive circulaban rumores de que quería venderla.
Así que, como su esposa le había comunicado la entrada del pedido de las carrocerías de microbuses, Andrés se ofreció a comprarles una pequeña cantidad de acciones de Western Star pero con la condición de participar en la gestión de la compañía, lo que sus interlocutores rechazaron alegando que para gestionar la compañía ya estaban ellos, que lo que necesitaban era dinero.
Al dar las 12 del mediodía, los directivos de Western Star citaron a Andrés para la 2 de la tarde y se marcharon a comer, dejando a Andrés allí plantado.
Tras comer un par de perritos calientes y bastante descorazonado por la forma en que se había ido desarrollando la negociación, Andrés volvió a continuar la entrevista sin lograr avance alguno.
Desánimo y frustración
Cerca ya de las 5 de la tarde, Andrés empezó a darse cuenta de que los directivos de Western Star tenían prisa por marcharse a casa, pues le propusieron que les dejase el sleeper y las piezas que había construido para evaluarlas y que ya hablarían con él para comunicarle los resultados de aquella evaluación, a lo que Andrés, conteniendo su enfado y frustración, se negó.
Ni me ayudaron a volver a cargar todo aquello en el camioncito de U-HAUL, así que, como pude, lo cargué yo solo y me fui a cenar, tras lo cual decidí volverme a México, se queja Andrés.
Andrés en una foto tomada en 1997 tras su fracasado intento de comprar la quebrada Setra Seida española |
Vamos que lo que querían era una soberana mordida, así que, harto ya, busqué un chatarrero en San Ysidro y le vendí el sleeper al kilo; devolví el camioncito a la agencia de U-HAUL donde lo había alquilado, me pasé andando a Tijuana, me fui al aeropuerto y volé de nuevo a México DF, manifiesta Andrés.
Al reencontrarse con su esposa en casa, ésta le preguntó que por qué había vuelto en avión desde Tijuana, que qué había pasado con la camioneta en la que inició el viaje, que si había tenido algún accidente.
¡Pero lo que había pasado era que el enfado que Andrés se trajo de Portland era tal que al regresar a Tijuana se olvidó totalmente de la camioneta de 3,5 toneladas con la que había llegado allí camino de Western Star!.
Unos días más tarde, Andrés mandó un chófer a recoger la camioneta y volver con ella a México DF.
¡Ese fue el punto final de un viaje que ahora, al cabo de los años, me parece absurdo!, concluye Andrés.
El lector interesado en leer la primera parte de esta historia puede hacerlo sin más que pulsar AQUÍ