- Fue una empresa dedicada al reciclado de aceites usados la que dió lugar a una laguna de chapapote en medio del Parque Regional del Sureste, una zona de lagunas naturales en la que anidan 200 especies de aves
Laguna del Chapapote (Foto cortesía WWF España, grupo de Madrid) |
¿Y cómo se ha acumulado allí esa laguna de chapapote?. Pues fue precisamente por la benefactora acción de Aceites Ulibarri y Piqsa, una empresa dedicada al reciclado de aceites, que estuvo vertiendo esos peligrosos productos de desecho sin control alguno por las autoridades durante los años 80 y hasta mediados de los 90.
La conocida como Laguna del Chapapote o de Chernóbil, tiene una superficie de unos 12.750 metros cuadrados, equivalente a la de cinco plazas de toros y constituye un paradigma de todo lo que no debe hacerse para preservar el entorno natural y de cómo, con mucha más frecuencia de la que sería deseable, detrás de una aparente función ecologista, lo que verdaderamente hay son unos intereses económicos exagerados. De ahí que siempre hayamos manifestado nuestra prevención ante las continuas campaña sensibleras y pijo-progres ─las hay también en el sector del automóvil─ que pretenden aprovecharse de la buena fe de mucha gente para conseguir beneficios financieros bajo un disfraz ecologista.
Dos lagunas en realidad
Fue a mediados de octubre del año que hoy concluye cuando la Comunidad de Madrid anunció un proyecto para eliminar la maldita laguna y otra anexa a ella en las que se acumularon en su momento hasta 60.000 metros cúbicos de hidrocarburos de todo tipo, unas 20 piscinas olímpicas. El proyecto costará un total de 14,5 millones de euros y dada su duración prevista, 6 años, permitirá sin duda a más de un consejero de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio, salir en las fotos y reportajes televisivos, como lo ha hecho ya en repetidas ocasiones Borja Sarasola, que actualmente ocupa el cargo, desde que se anunció el proyecto de recuperación. Es una lástima que en esas fotos y reportajes televisivos no aparezcan también, cargados de cadenas, los responsables de estos desaguisados y las autoridades que los consintieron.
Ahora, hay que extraer, en una primera fase, 40.925 metros cúbicos de esos residuos mediante bombas sumergibles, con la dificultad añadida de que, en la práctica no puede hacerse si la temperatura es tan baja como suele ser en la zona durante el invierno. Esos residuos habrán de ser tratados, término éste que parece referirse a quemarlos en las cementeras, habitual recurso final para eliminar algo que no se sabe cómo eliminar. Nos preguntamos si se habrá valorado el impacto que el uso de estos aceites de desecho tendrá en la contaminación por partículas, importante fuente de la irritación de los sistemas respiratorios de las personas que termina conduciendo a alergias, sobre todo en niños y jóvenes.
La fase no bombeable ─aquella en que los residuos son tan densos que no pueden ser succionados por las bombas─ será extraída por medios mecánicos. Y finalmente, la poza en que se encuentran los residuos pesados será recubierta de tierra, al haberse rechazado la idea de crear en ella una nueva laguna de agua utilizable por las aves. Suponemos que para hacer esto sin que esa nueva agua se viera de nuevo contaminada por los residuos que embeben el fondo de la charca, habría que sacar tal cantidad de tierra, que tendríamos casi una reedición argandesa de la Fosa de las Marianas, pero en superficie. Diversos árboles y otras especies vegetales serán plantadas allí como fase final del proceso de reciclar al reciclador.