🔸 Al menos sobre el papel, la operación llegó a estar hecha pero la Comisión Europea terminó por bloquearla imponiendo condiciones que en Gotemburgo se consideraron leoninas y tras las cuales fueron muchos los que vieron la mano de Daimler
MADRID ─ El 15 de enero de 1999, apenas iniciada la jornada de prensa del Salón de Vehículos Industriales de Bruselas, que se iba a abrir al público al día siguiente, Karl-Erling Trogen, presidente ejecutivo de Volvo Trucks, leía a los periodistas que íbamos a cubrir el certamen, un comunicado en que confirmaba que el grupo Volvo había comprado el 12,9 por ciento del capital de Scania (en acciones de tipo B) y se había hecho con el 13,5 por ciento de los votos del accionariado de ésta. A modo de justificación de una maniobra claramente hostil, Trogen afirmó que en tanto que la estrategia de crecimiento de Volvo en coches había sido siempre de carácter orgánico, en vehículos industriales no solo era orgánica sino también llevando a cabo las adquisiciones que fuera menester. La operación causó auténtico estupor incluso entre el propio personal de ambas compañías que se había desplazado a la mencionada capital europea para asistir al Salón. Fuentes de Volvo Trucks valoraron la operación en 5.200 millones de coronas suecas (entonces unos 94.000 millones de pesetas).
Trogen indicó que tras analizar varias alternativas, Leif Johansson, presidente del grupo Volvo, había llegado a la conclusión de que Scania era una buena alternativa para Volvo Trucks, ya que de una combinación de ambas nacería el mayor fabricante europeo de camiones pesados y autobuses y el segundo del mundo: marcas afamadas y reconocidas, recursos significativos para desarrollo y grandes volúmenes de producción. Trogen reconoció que Volvo había mantenido discusiones con el principal accionista de Scania (45,5 por ciento de los votos), la sociedad Investor, del grupo Wallenberg, respecto a una posible fusión de Volvo y Scania y que, aunque Volvo no tenía, por el momento, intención de lanzar una OPA, sobre los accionistas de Scania, sí estaba interesada en mantener un diálogo constructivo con los accionistas de ésta.
Leif Östling, presidente ejecutivo de Scania, visiblemente contrariado, al conocer la noticia dijo que aunque Scania había estado negociando con Volvo y con otras marcas, él mismo no tenía noticia de que las negociaciones hubieran llegado a la compra de capital que Volvo Trucks acababa de anunciar.
Karl-Erling Trogen, presidente de Volvo Trucks, fue el encargado de anunciar el comienzo del asalto de su compañía a su rival Scania |
Casi siete meses más tarde, Volvo culminaba finalmente con éxito su carrera por la toma de control de Scania, adquiriendo un compromiso con el principal accionista de esta última compañía, Investor, el grupo de inversiones controlado por la multimillonaria familia sueca Wallenberg. Volvo iba a pagar a Investor 315 coronas suecas por el 60 por ciento de las acciones que ésta tenía en Scania, en tanto que Investor podría optar por cobrar la misma cantidad por el otro 40 por ciento o canjearlas por acciones de la nueva Volvo a razón de 6 acciones de Volvo por cada 5 de Scania. Teniendo en cuenta que Volvo ya había adquirido con anterioridad un 23 por ciento de las acciones de Scania, el precio promedio por acción salía a 304 coronas suecas, con lo que el monto de la compra del 100 por ciento de las acciones de Scania iba a ascender a 60.700 millones de coronas suecas (cerca de 1,17 billones de pesetas), una cantidad sensiblemente superior a los 50 millones de coronas que Volvo había recibido pocos meses antes por la venta de su división de turismos a Ford.
Desde Gotemburgo, sede central de Volvo, se subrayaba que la integración de Scania permitirá conseguir a medio plazo (3 años) unos ahorros de 4.000 a 5.000 coronas suecas por año, cifra que en una parte muy considerable provendría de la unificación de las compras de ambas marcas. También se esperaban beneficios del área de investigación y desarrollo, especialmente en componentes como motores y transmisiones que generan un costo muy elevado en este campo; éstos últimos ahorros se materializarían con el lanzamiento de una próxima generación de camiones y autobuses, común ya a ambas marcas.
En el plano comercial no se esperaba que llegaran a producirse grandes cambios, al menos inicialmente, y ambas redes seguirían vendiendo los camiones de cada marca, compitiendo como entre ellas como siempre. Algunos expertos creían que, con el lanzamiento de la ya mencionada gama conjunta, podrían venir las primeras repercusiones del acuerdo en el plano comercial, plasmándose en la integración de ambas redes de ventas y asistencia técnica.
Claes Dahlbäck, presidente del grupo Investor, principal accionista de Scania, en 1999 |
Segundo fabricante mundial y primero de Europa
La combinación de Volvo y Scania daba lugar al segundo fabricante mundial de camiones y al primero de Europa, con una participación en el Viejo Continente del 31 por ciento, superior a la del gigante mundial, que entonces se llamaba DaimlerChrysler. Per Lojdquist, entonces responsable de comunicación del grupo Volvo, aseguraba que en aquel momento la penetración de esta marca en el mercado mundial de camiones se elevaría al 19 por ciento. Según las estimaciones de Lojdquist, DaimlerChrysler controlaba el 22 por ciento del mercado europeo y el 25 por ciento del mercado mundial.
Aún así, para desafiar la supremacía mundial de DaimlerChrysler, Volvo necesitaría comprar algún fabricante más de camiones. Sólo unos meses antes, algunas fuentes habían señalado a la americana Navistar International como posible objeto de deseo de la firma sueca. Fue tal la insistencia en aquellos rumores que los gerentes de Navistar tuvieron que tomar medidas para blindar la compañía frente a cualquier posible maniobra hostil como la que Volvo había puesto en marcha con Scania.
También se señalaba como otro posible objetivo de Volvo al grupo italiano Iveco, lo que daría acceso al fabricante sueco a los segmentos más ligeros del mercado, en los que nunca había estado presente. El problema era que, con la compra de Scania, Volvo se había gastado hasta el último céntimo que tenía en sus arcas y de hecho, los de Gotemburgo habían reconocido que iban a tener que replantearse el proyecto de recompra de acciones de su propia compañía, por valor de 10.000 millones de coronas suecas.
A la espera de la luz verde de la Comisión Europea
Así las cosas y a finales de agosto de 1999, sobre el papel, la compra de Scania por Volvo estaba hecha y a los de Gotemburgo sólo les faltaba el beneplácito de las autoridades europeas, algo que ya había empezado a preocupar en algunos estamentos del sector del vehículo industrial, temiendo que la Comisión Europea podría no autorizar la compra alegando que en algunos mercados europeos se iba a producir una situación de cuasi monopolio.
En concreto, en Suecia la unión de las marcas Volvo y Scania supondría un 92,5 por ciento del segmento de camiones de más de 15 toneladas. Asimismo, en Gran Bretaña, esa unión representaría una participación acumulada del 37,5 por ciento del mercado de camiones pesados (más de 15 toneladas).
Sin embargo, fuentes próximas a Volvo sugerían que aquellos rumores podrían estar siendo alimentados desde Alemania por DaimlerChrysler que, de aprobarse finalmente la fusión de las dos marcas suecas, se iba a ver relegada al segundo puesto en importancia en el mercado europeo de camiones pesados, por detrás de la unión de Volvo y Scania.
Las mismas fuentes recordaban que había sido la propia DaimlerChrysler, al constituir EvoBus con los intereses en el campo de autobuses y autocares de Mercedes-Benz y Setra, la que esgrimió en 1993 el argumento de que, al ser la Unión Europea un mercado único, no podían considerarse decisivas a efectos de bloquear una fusión las presencias dominantes en algunos mercados nacionales. En efecto, la Comisión rechazó entonces las alegaciones de Volvo que señalaban una posición monopolística de EvoBus en el mercado alemán de autocares autoportantes con una penetración superior al 60 por ciento.
Continuando el proceso de compra de Scania, el grupo Volvo (AB Volvo) consiguió que, a finales de septiembre de 1999, sus accionistas aprobaran finalmente la compra de Scania por 60.700 millones de coronas suecas (como 1,15 billones de pesetas de entonces) con lo que nace el mayor fabricante europeo de camiones pesados, con una penetración del 30 por ciento.
Leift Johansson, presidente del grupo Volvo, tuvo que afrontar muchas críticas de sus accionistas por el elevado esfuerzo económico que iba a requerir la compra de su archirrival Scania |
La junta de accionistas de Volvo en que se aprobó la fusión no fue un camino de flores para Leif Johansson, presidente del grupo Volvo, ya que muchos expertos consideraban que el precio pagado por las acciones de Scania, un 30 por ciento por encima de su cotización en Bolsa, era excesivo y el presidente de Volvo tuvo que afrontar muchas críticas por ello. Johansson se disculpó diciendo que si todos los accionistas de Scania cogían la opción de pago de sus acciones en metálico recibirían sólo 303 coronas suecas por acción y no las 315 que se ofrecían si optaban por la alternativa de seis acciones de la nueva Volvo por cada cinco de Scania.
Para Leif Östling, presidente de Scania, el intento de compra por parte de Volvo Trucks fue posiblemente uno de los mayores tropiezos de su carrera profesional |
Volvo se avino inicialmente, como contraoferta, a desprenderse de Bilia, una red nórdica de distribución de camiones, a rebajar su cuota en el mercado escandinavo del 90 por ciento que entonces controlaba a sólo el 75 por ciento y hasta a vender durante dos años los Scania sin marca, pero ni estas concesiones ni sus razonamientos sirvieron para apear a Monti de su postura, lo que exasperó a los representantes de Volvo que retiraron finalmente todas estas cesiones.
Mario Monti, que fue comisario europeo de la Competencia entre 1999 y 2004, impuso al grupo Volvo unas condiciones tan leoninas que éste optó por abandonar la compra de Scania |