🔸 Relato de una típica andresada que, por fortuna, concluyó felizmente pero que podía haber terminado muy mal
Tractocamión 8X4 con motor Cummins de 475 caballos y alimentación con oxígeno puro con el que mi amigo Andrés disputó su única carrera de camiones en el Autódromo de los Hermanos Rodríguez en CDMX |
Los dos camiones del equipo de Andrés; en segundo plano, el que él pilotaba, que es el que porta dos banderas mexicanas |
En los entrenamientos me dí cuenta de que, una vez lanzado, el camión funcionaba muy bien pero, cuando salía a pista, le costaba acelerar y coger velocidad, por lo que le pusimos dos botellas de oxígeno de las que se usaban para soldar, camufladas dentro de la cabina, de manera que, en vez de chupar aire por la admisión con solo un 21 por ciento de oxígeno, pues chupaba oxígeno puro, me confiesa Andrés, que estima que, con aquella ayudita, el motor debía dar 700 caballos por lo menos.
Lo malo fue que, con semejante potencia, el camión corría mucho más y para tomar las curvas sin volcar, Andrés tuvo que ponerle debajo del chasis, a 10 centímetros del suelo, una plancha de acero que aumentaba la tara en más de 1.500 kilos y que actuaba como contrapeso.
Para pilotar sus dos camiones, Andrés había contratado a dos pilotos muy jóvenes, uno de los cuales era capaz de cambiar de marchas sin pisar el embrague y siempre llevaba el motor al régimen de máxima potencia.
Estos pequeños camiones iban propulsados por motores Detroit Diesel Allison (DDA) de dos tiempos con casi 1.000 caballos de potencia |
Hombres enmadrados
Dado que el incidente fue muy espectacular y que el evento de la Fórmula 1 y la carrera de camiones eran en aquellos días muy seguidos por los aficionados en los medios informativos, la televisión no paraba de sacar el trompo y la salida de pista por pantalla, con la mala fortuna de que lo vio la madre del piloto de Andrés que se había visto implicado, y aquella buena mujer se asustó tanto que no dejó que su hijo acudiera al circuito el día de la carrera.
Puede extrañar que un hombre con 22 ó 23 años, que debía tener entonces mi piloto, pueda ser controlado por su madre hasta ese punto pero conviene saber que en México se da un fenómeno psico-sociológico que podríamos denominar hombres enmadrados, unos seres que, aunque se han hecho adultos, siguen comportándose como niños ante sus madres y mi piloto era uno de esos hombres enmadrados, me explica Andrés.
Así que, minutos antes de que comenzara la carrera, Andrés se encontró con que no tenía piloto para su camión y sin que nadie de entre su personal se atreviera a tomar el relevo, pues consideraban que con aquello de la alimentación con oxígeno puro en lugar de aire, el vehículo era muy peligroso para alguien que no estuviera acostumbrado a conducirlo.
Ante semejante situación y sin comentarlo con nadie de su familia, ni de los 28 invitados que tenía en las tribunas ─banqueros, directivos del Fondo de Equipamiento Industrial (FONEI) y de Liconsa-Conasupo, proveedores, etc─ Andrés se fue a los boxes, se puso el mono ignífugo y, a sus 38 años, se sentó al volante de aquel monstruo mecánico, disponiéndose a ocupar su puesto en la parrilla de salida.
Andrés rodando ya con la bandera mexicana medio chamuscada en el lado izquierdo y sin que se aprecien restos de la del lado derecho |
Con los cambios que habíamos introducido y una nueva relación piñón/corona en el diferencial, el vehículo iba como un tiro y yo ya me creía Fittipaldi, hasta el punto de que, en la recta del Autódromo de los Hermanos Rodríguez, que tiene casi 3 kilómetros de longitud, en un pique con el camión de FAMSA no me dí cuenta ─el piloto del FAMSA tampoco─ de que se acababa el final de la recta y que venía una chicane (curva y contra curva) en un momento en que yo creo que mi camión rebasaba los 190 kilómetros por hora, con lo que si se me ocurría pisar los frenos, iba a perder el control del vehículo. Así que tracé la chicane como pude, medio cruzado, pero el camión de FAMSA se salió de la pista al intentar negociar la chicane. Yo, afortunadamente, escapé muy bien del trance. Durante 6 vueltas estuvimos en cabeza, recuerda emocionado Andrés, que añade que fue allí cuando descubrió que al público le encantan las situaciones de peligro como los trompos, las salidas de pista o las colisiones.
Pero no todo iba a salir tan bien y, de repente, se presentó un problema inesperado.
Como lo que Andrés quería era que las autoridades de SECOFI vieran que un camión diseñado y fabricado en México podía ser tan bueno como los de tecnología norteamericana, no se le ocurrió otra cosa que soldar una pletina en cada uno de los tubos de escape verticales para hacer las veces de mástiles de sendas banderas mexicanas.
Lo malo fue que, según iba transcurriendo la carrera, la combustión con el oxígeno puro había ido calentando excesivamente los tubos de escape hasta el punto de llegar a ponerlos al rojo vivo y provocar que las banderas empezaran a quemar, de manera que Andrés tuvo que dar dos vueltas con ellas chamuscándose, ya que no se atrevía a parar pues, al consumirse, las banderas soltaban pavesas y se desprendían trocitos ardiendo que caían sobre los tanques de combustible.
La prueba estuvo salpicada de trompos y salidas de pista que, para sorpresa de Andrés, eran muy aplaudidos por los expectadores |
Aunque, tras esas dos vueltas, ya apenas quedaba más que una pequeña parte de las banderas, particularmente en la del lado derecho, y terminó por apagarse el incendio, los dos turbocompresores del motor habían cogido tal temperatura que, en su interior, se habían fundido los álabes de las turbinas, que eran de aluminio, de manera que dejaron de dar presión y el camión pasó de ir a una velocidad cercana a los 200 kilómetros por hora a ir más lento que un Biscuter, con lo que a duras penas consiguió Andrés terminar la prueba, quedando el cuarto por la cola.
Y eso que de las 30 vueltas previstas en un principio, los organizadores, al ver que los motores de algunos de los camiones, como el número 22 de FAMSA, no iban a poder aguantar, decidieron terminar la prueba al cubrir las 20 primeras vueltas. Los vehículos de otros participantes, como puede comprobarse en alguna de las fotografías que ilustran este artículo, terminaron medio descuageringados, arrastrando los tubos de escape, etc.
Lo pasé tan mal que, cuando me bajé del camión, había sudado de tal manera que tenía el mono por dentro como si me hubiera orinado, pero mis problemas no habían hecho más que comenzar, me dice Andrés.
Yo para salir del lío lancé las llaves del arranque del camión a las tribunas y la gente comenzó a insultar a los policías y lanzarles botes de cerveza y Coca Cola, achantando a los policías que, ante el alboroto, optaron por dejarme en paz, recuerda Andrés.
Al ir a retirar su camión de la pista, Andrés cayó en la cuenta de que había tirado las llaves de arranque a las tribunas, por lo que tuvo que hacer un puente para arrancar el vehículo, de manera que tras llevarse el camión a los boxes, cuando finalmente volvió a las tribunas ya sólo quedaba allí su gente, incluyendo su esposa y sus hijos, la más pequeña de los cuales apenas tenía un año de edad.
Aquella andresada me costó un disgusto muy serio con mi esposa, me confiesa Andrés.
Más problemas y más gordos
Pero, lejos de calmarse las cosas, no paraban de surgir nuevos problemas. En efecto, Manuel Mora, uno de sus hombres de confianza y que aún sigue trabajando en la actualidad con Andrés, le comentó que había escuchado a algunos de los funcionarios de Liconsa-Conasupo que iban a meter a Andrés una demanda penal por usar bienes propiedad de la nación mexicana para montar un espectáculo con el que se divirtieran los niños ricos de México.
En esta fotografía del camión de Andrés aún pueden apreciarse algunos restos de la bandera mexicana del lado izquierdo |
Y Andrés le confesó la verdad: que él y más de 60 de sus hombres habían estado toda la noche dedicados a desarmar y volver a armar los dos camiones que habían rodado en el Autódromo de los Hermanos Rodríguez.
La dureza de la prueba hizo que alguno de los camiones participantes rebasaran la línea de meta con abundantes desperfectos |
Le pregunto a Andrés que si no conserva algunas fotografías de aquel evento y mi interlocutor me recuerda que todos los testimonios gráficos de aquellas jornadas en el Autódromo de los Hermanos Rodríguez, así como muchos otros recuerdos de sus primeros años en México, se perdieron en el incendio que algunos años después destruiría por completo su casa.
Esa es la causa de que, en la primera edición de este artículo se usaron para ilustrarlo composiciones fotográficas un tanto peculiares y que no se ajustaban a la época en que tuvieron lugar los hechos relatados.
Pero algunas horas después de publicarse esa primera versión del artículo, Andrés me remitía un vídeo de 13 minutos y medio de duración que había localizado en que se recogían algunas escenas de la carrera de tractocamiones que se disputó el 12 de octubre de 1986 en el Autódromo de los Hermanos Rodríguez, en CDMX, y en la que se produjeron los hechos relatados en los párrafos precedentes.
Conviene advertir que el vídeo no tiene gran calidad pues la tecnología cinematográfica de hace casi 35 años no alcanzaba la definición a la que ahora estamos acostumbrados a disfrutar en nuestras cámaras y teléfonos móviles de última generación. Eso se aprecia también en las fotografías que ahora ilustran este artículo, las cuales han sido extraídas del vídeo en cuestión.
Para que el lector se sitúe, los dos camiones de cuatro ejes de Andrés llevan los números 99 (el de Andrés) y 100 (el del piloto contratado).
A partir del minuto 6 del vídeo, se observa cómo las banderas mexicanas que Andrés había colocado en su camión se van oscureciendo (quemando) y reduciendo de tamaño progresivamente.
Aunque muchos de los camiones participantes soltaban al acelerar grandes chorros de humo negro, los camiones de Andrés no lo hacían debido a que quemaban la mezcla de combustible con oxígeno puro.
Pasada la mitad del vídeo se observa que el camión de Andrés comienza a ser adelantado por otros camiones debido a que se le habían fundido los álabes de las turbinas de los dos turbocompresores del motor y, por ello, éstos ya no daban la presión necesaria.
Los pequeños camiones que echaban grandes cantidades de humo al acelerar y que adelantaban a otros camiones más grandes iban propulsados por motores Detroit Diesel Allison (DDA) de dos tiempos con una potencia de casi 1.000 caballos.
En fin, que disfruten del vídeo que, en cierto modo, constituye un documento histórico.