♦ Ocurrió en Puertollano, en los últimos 70, cuando Avelino y Gibraltar se acababa de incorporar al grupo de Cisternas Reunidas
Actualizado el 01.11.2017, a las 19:40
MADRID ─ Los hechos que voy a relatar en este artículo no son ficción sino auténticos. He tratado de precisar el momento en que tuvieron lugar pero lo más que he podido concretar es que debieron ocurrir hacia el último cuarto de los años 70, cuando la empresa Avelino y Gibraltar (AG) dedicada al transporte en camión de mercancías peligrosas, se acababa de incorporar al grupo Cisternas Reunidas (CR) que operaba también en ese terreno de las mercancías peligrosas. Puede que ni siquiera hubiera ocurrido aún el terrible accidente de 1978, en el camping de Los Alfaques, en Tarragona.
Yo entonces tenía mi principal fuente de ingresos por mi puesto de trabajo en el Centro de Proceso de Datos del Ministerio de Educación, en Madrid, al que me había incorporado en julio de 1975, en el que constituyó mi primer plantón al editor de Auto-Revista, la publicación en la que yo escribía desde algunos años antes sobre transporte por carretera y vehículos industriales.
Tras hacer memoria, tengo que aclarar que, en realidad, había sido un alejamiento amistoso; ni siquiera un alejamiento, puesto que yo seguí colaborando con Auto-Revista. Lo que había pasado es que en julio de 1975 yo había conseguido un contrato para ejercer como matemático especializado en Ciencias de la Computación en el Ministerio de Educación y Ciencia que me reportaba un interesante beneficio económico y por eso no estaba a total disposición de la publicación mencionada.
Y un buen día me llamó a casa Luis Álvarez Sánchez (Andaluz II), sin duda el mejor publicitario con que han contado las revistas del motor, para decirme que si podía acompañarle el sábado siguiente, que yo no tenía que acudir a mi puesto de trabajo en el Ministerio mencionado, porque quería hacer un reportaje relativo a la integración de AG en CR y quería que yo se lo escribiera. Iríamos en la mañana de ese sábado a Puertollano, a la base de AG, buscaríamos algún sitio donde hacer unas fotos a los camiones de AG y CR, charlaríamos con los directivos que allí estarían de ambas empresas, comeríamos y después nos volveríamos a Madrid.
Y así lo hicimos. aunque al llegar el día previsto nos encontramos con que el transporte por carretera se acababa de declarar en huelga y había bastante tensión en algunas zonas. Este dato puede que sirva a algún miembro del grupo de Amigos de los Camiones Clásicos en Facebook para ayudarme a precisar cuándo ocurrieron exactamente los hechos a que me estoy refiriendo. En aquellos momentos, una huelga era una cosa muy diferente a una huelga de ahora.
Al llegar a Puertollano y tras recabar información para el reportaje, Luis se empeñó en que salieramos tres o cuatro trailers con sus correspondientes cisternas a buscar algún encuadre adecuado para hacer unas fotos con que ilustrar el reportaje. Y así lo hicimos. Precisamente buscando eseencuadre aprendí yo cómo había que aproximarse con un trailer a una incorporación de forma que el retrovisor izquierdo te sirviera para algo.
Hechas las fotos por parte de mi compañero José Chicharro padre (QEPD) y un joven francés que habían llevado los de CR y que nos acompaño desde Madrid, retornamos a la base de AG donde nos estaban esperando con una mesa bien surtida el personal de la misma y los directivos que no habían venido acompañando en sus coches al convoy de camiones para agasajarnos con una comida de campaña.
Todos al cuartelillo
Al bajarme del camión, Luis Álvarez Sánchez se me acercó y me dijo: Jorge, hay que postergar la comida, tenemos que presentarnos en el cuartel de la Guardia Civil porque parece que ha habido problemas entre el francesito y una pareja de la Benemérita.
Imagen reciente del complejo industrial de Puertollano |
Aunque Luis Álvarez Sánchez, aprovechando un gran calendario con fotografías de las instalaciones industriales de Puertollano, trató de explicar al capitán que pretendíamos hacer una foto de aquel tipo pero con los camiones de AG al pie de la misma, las cosas no evolucionaban muy bien para nuestros intereses, por lo que decidí jugármela e intervenir.
Mi palabra y mi carné
¡Mi capitán!. ¡Con el permiso de mi capitán!, exclamé a sabiendas de que aquello siempre era una muestra de respeto para un militar. Y entonces señalé que a mi me parecía que toda aquella situación era consecuencia de un desafortunado malentendido y que yo le daba mi palabra de que aquello nada tenía que ver con la huelga de transportistas, poniendo ante él como aval de lo que yo decía, mi carné de funcionario (contratado) del Centro de Proceso de Datos del Ministerio de Educación, que aún conservo.
Así pues ─le dije─, en mi opinión, sólo tenemos dos alternativas: o usted se fía de mi palabra y damos por zanjado aquí este asunto o usted opta por continuar el procedimiento reglamentario que estime oportuno.
El capitán, muy serio, nos dijo: Voy a poner el asunto en conocimiento de mis superiores en Madrid, así que esperen aquí hasta que vuelva. Salió del despacho ausentándose durante un rato que, al menos a mí, se me hizo eterno. Al volver me dijo: Bien, hemos decidido fiarnos de su palabra y esperamos no volver a ver los camiones rodando por ahí fuera, tras lo cual, nosaún devolvió mi carné y los DNI de todos nosotros y salimos de allí a toda prisa dispuestos a dar cuenta de lo que quedase en aquella tentadora y gigantesca mesa que no nos había sido posible alcanzar, para retornar a Madrid y terminar el fin de semana de una forma más tranquila. Por el camino, mi compañero Chicharro no cesaba de decir: ¡Tu carné, Jorge!. ¡Nos ha salvado tu carné del Ministerio!.
Siempre he estado convencido de que cuando el capitán abandonó su despacho para supuestamente hablar con sus superiores en Madrid, lo que realmente hizo fue irse al cuarto de baño y fumarse un cigarrillo mientras echaba pestes del número de la Guardia Civil y el francesito, que le habían puesto en semejante trance, sacándole de casa ese sábado cuando se aprestaba a comer.
Y para terminar, un recuerdo que nunca olvidaré: pese al tiempo que nos había llevado nuestro paso por el cuartel de la Benemérita, al volver a la base de Avelino y Gibraltar, ninguno de los allí presentes había tocado ni un cacahuete de todo lo que había sobre la gigantesca mesa. De nuevo, mi agradecimiento a todos ellos por el respeto que tuvieron para nosotros.