domingo, 12 de octubre de 2014

COLOR, COLORÍN... ¿COLORADOS?

😈 Hay que prestar más atención a los detalles; no todo vale a la hora de comunicar


MADRID ─ Hace, algunos días, asistíamos a la presentación dinámica de un nuevo vehículo que incluía la visita a la fábrica donde se construye. Los organizadores nos habían hecho levantar a las 6 de la mañana para tenernos después cuatro horas de espera en un aeropuerto, antes de retornar a Madrid porque necesitaban limpiar los vehículos antes de la llegada del siguiente grupo de priodistas. Lógicamente ─de algún tiempo a esta parte ese planeamiento lógico suele brillar por su ausencia, aunque éste no fuera el caso─ tenían prevista una comida en distintos establecimientos hosteleros del propio aeropuerto, a elección de cada periodista, pero aún así fueron cuatro horas de espera. Pero ese asunto no es el objeto de este comentario. Lo que nos ocupa es otro suceso ─la palabra no quiere aportar tintes dramáticos, sino simplemente hacer referencia a algo que sucedió─ durante la visita a esa fábrica a la que, como el lector puede imaginar, llegamos sin que el sol hubiera aparecido aún por el horizonte.

Divididos en tres grupos, los periodistas fuimos dirigidos a distintas secciones de la factoría y a mi grupo le tocó abrir el fuego con el taller de pintura. Allí fuimos recibidos con toda cordialidad por una representación del personal de dicho taller en la que dos de los responsables nos dieron todo género de detalles sobre la materia con la que se ganaban su sustento cotidiano. Gente muy preparada y que sabía de lo que estaba hablando, conexiones por teleconferencia con personal destacado junto a las cubas en que se desarrollaba el proceso de preparar la chapa y cubrir con laca de los colores correspondientes a los distintos vehículos.

Hasta ahí, todo muy bien. La sorpresa vino cuando se nos anunció que antes de entrar en el turno de preguntas se nos iba a proyectar un vídeo que expresaba como concebían en aquella sección el significado del color. El vídeo terminó dejando que un silencio sepulcral se adueñara de la sala en que nos encontrábamos. Los periodistas intercambiábamos miradas de estupor. Alguien me susurró al oído: Ya tienes otro tema para la sección de Maldades de tu página de Internet.

Pues bien, he querido dejar pasar un tiempo prudencial porque estos comentarios conviene no hacerlos en caliente, por si el transcurrir de los días le hace a uno encontrar alguna explicación o ver las cosas desde otro punto de vista. Desgraciadamente, el tiempo ha pasado y sigo pensando lo mismo.

El lector estará preguntándose ya qué demonios pasó con  aquel vídeo y trataremos de contárselo en las líneas que siguen. No se trataba de un vídeo porno con tíos y tías desnudos y muy macizos que se embadurnaban unos a otros de pintura, ni nada por el estilo. Todo lo contrario, era un vídeo infantil, muy infantil, tan infantil que habría tenido cabida en el recreo de un jardín de infancia, en un día de lluvia en que los chiquillos se hubiesen visto obligados a permanecer en clase para no mojarse.., y aún así, no garantizamos que consiguiesen verlo sin echarse a llorar. El vídeo era tan inocuo que sin duda sobraba en aquella presentación. Resumiendo, no venía a cuento... y desde luego si alguien estuvo a punto de ponerse colorado, fuimos los periodistas.

Tras unos segundos, que se hicieron eternos, en que el personal que había llevado la primera parte de la presentación aguardaba la reacción de los informadores ante el dichoso vídeo, alguien tuvo los suficientes reflejos para decir: ¿hay alguna pregunta sobre lo que hemos comentado?, y la presentación recobró el nivel técnico que había tenido hasta que empezó la proyección del vídeo, con respuestas coherentes y documentadas para todas las cuestiones que se plantearon.

Cabe preguntarse: ¿Era ese vídeo una iniciativa de los trabajadores?. ¿Habían sido obligados los trabajadores a incluir el vídeo en su presentación?. En el primer caso no se comprende cómo los responsables del evento no eliminaron el vídeo del programa. En el segundo caso, nos solidarizamos con los sufridos trabajadores que se vieron forzados a dar la cara y pasar el trance y pedimos que el responsable de la proyección se retire 40 días a orar al desierto para expiar sus pecados. En ambos casos, estamos sin duda ante un episodio más de esa banalización del conocimiento que tanto daño viene haciendo a la sociedad española en las dos últimas décadas.

No obstante, como siempre nos gusta contrastar, en uno de los descansos nos dirigimos a otro colega, que formaba parte de un grupo diferente al nuestro ─colega éste que precisamente se nos había quejado poco antes de que el problema de España es que habíamos caído en manos de los mediocres─ y le preguntamos qué le había parecido la proyección del vídeo en el taller de pintura, y nos respondió. ¡Estaba bien, estaba bien!... teniendo en cuenta que es el primero que hacen los trabajadores... Esperemos no tener que asistir a todas las fases del perfeccionamiento de esos artistas, pensé yo, mientras me consolaba recordando ese dicho popular, en pocos momentos tan ajustado a la situación como en éste, de que para gustos son los colores y me alejaba tarareando aquello que cantaba Donovan de...