domingo, 30 de septiembre de 2018

RECUERDOS DEL TRASTERO: UNA NOCHE POR LAS NIEVES

🔴 Un relato de un viaje nocturno de 1.000 kilómetros en pleno invierno entre Estocolmo y Luleå, en el extremo norte del Mar Báltico, a bordo de un curioso vehículo mitad camión, mitad autobús


Sin cadenas, este vehículo realizó un trayecto próximo al millar de
kilómetros sobre una carretera enteramente cubierta de nieve
MADRID ─ Hace sólo unos días, mi admirado Goyo Gómez (Goyo Goyito, en Facebook) publicaba en el grupo de Amigos de los Camiones Clásicos de dicha red social, la fotografía de un conjunto articulado cuyo vehículo remolcador llamó mucho la atención, ya que en su primer cuarto de longitud era claramente un autobús, pero en el resto era obvio que se trataba de una carrocería furgón para el transporte de mercancías, en este caso de los Correos suecos. Quienes no recuerden como era ese vehículo o no llegaran a verlo, pueden resolver el problema yendo al final de este post  donde reproducimos la foto del mismo, esperando contar con el permiso de Goyo Gómez. Pues bien, en pleno invierno de 1991, quien escribe estas líneas hizo un viaje nocturno de casi 1.000 kilómetros desde Estocolmo a Lulio, que es como se pronuncia en sueco Luleå, a bordo de un vehículo del mismo género, aunque sin el remolque, sobre el que entonces escribí un artículo que nadie quiso publicarme. El artículo y sus fotos, caprichos del destino, han aparecido casualmente hace sólo unas horas y voy a recuperarlos para ver qué eco tienen en la actualidad y si realmente no los quisieron publicar porque eran muy malos o improcedentes para las revistas del transporte.
----------------------------------------------------------------------------------------------------------------

LA NOVELA DEL MES: 1.000 KM SOBRE LA NIEVE EN UNA NOCHE

Visto desde atrás, el vehículo presenta todo el
aspecto de un camión
Estaba concluyendo el mes de febrero de 1991. A mi llegada a Estocolmo, la temperatura era muy agradable suecamente hablando, el termómetro señalaba 8ºC sobre cero, y el tiempo era seco. Mi amigo Bo Jarnsjö, del departamento de Prensa de Scania, en la central de Södertälje, a unos 40 kilómetros al suroeste de Estocolmo, había ido a recibirme al aeropuerto de Arlanda, otros 40 kilómetros, pero esta vez al norte de la capital sueca, y me confirmó que estaba haciendo un invierno excelente y que casi no habían visto la nieve. Sin embargo, aquella misma tarde, como si los elementos quisieran poner su grano de arena en el decorado, la temperatura bajó repentinamente a casi cinco grados bajo cero y empezó a nevar. El cambio meteorológico me pilló en una gravera, viendo trabajar a un extraño artilugio del que posiblemente les hable en otra oportunidad. En breves instantes, mis dedos habían perdido buena parte de su flexibilidad y, casi ateridos, apenas si acertaban con el disparador de mi cámara automática, cuyos mecanismos parecían resistirse a trabajar, como si también estuvieran empezando a notar tan radical cambio de tiempo.

Hambre de lobo

Por eso, cuando algo más tarde, entramos en el comedor de una de las bases del gran grupo transportista sueco Bilspedition, casi devoré el plato de pytt i panna, ägg, la típica comida camionera de que me proveí en el autoservicio. Patatas finas, muy picadas, fritas sin dorar, con algunos minúsculos pero abundantes trozos de carne, remolacha y cebolla y un huevo frito por encima de todo aquello. Venía a ser una especie de pisto, pero sin pimiento ni tomate.

Aspecto del pytt i panna, ägg, un plato típico
sueco que recomendamos
Pero el verdadero plato fuerte de mi viaje a aquellas latitudes iba a venir después, en la sobremesa. Se trataba de hacer un trayecto de un millar de kilómetros desde Estocolmo a Lulio, una ciudad que si el lector busca en el mapa la encontrará con el nombre de Luleä, en medio de esa gran curva que describe en su parte más al norte, el Mar Báltico, cerca ya de la frontera con Finlandia.

Había que trepar desde los 59 grados y 20 minutos en que debe encontrarse más o menos el paralelo que pasa por Estocolmo, hasta los 65 grados y 35 minutos de latitud en que se encuentra Lulio. Sobre el meridiano, apenas 700 kilómetros, pero en carretera...

Un vehiculo mutante

El vehículo que íbamos a utilizar para el recorrido era un camión..., bueno al menos visto desde atrás era un camión, porque lo que es desde delante, era un autobús. En realidad, se trataba de un vehículo mixto para transporte de carga en sus casi tres cuartos posteriores y de pasajeros en la parte delantera.

Algunos de Vds. dirán que vaya una novedad, que en España ese tipo de vehículos fueron muy frecuentes en épocas pasadas. Tienen razón. Ya se sabe que nada o muy poco nuevo hay bajo el sol. Lo que en realidad resultaba una novedad era el motivo de que los suecos, tan avanzados siempre, se hubieran decidido a implantar este tipo de transporte, quizá uno de los más tradicionales.

Vista parcial del habitáculo para
los 9 viajeros con que contaba
este camión-bus
Pues bien, todo este invento tenía una razón de ser que, desde luego, puede resultar incomprensible para una mente latina, y dicha razón es que en Suecia, los camiones tienen limitada su velocidad máxima a 70 Km/h, algo que la policía de aquel país se encarga de hacer respetar constantemente a todo el mundo. Sin embargo, los autobuses pueden circular a 90 km/h.

Esa diferencia de 20 km/h es suficiente para que de transportar la mercancía en un camión a transportarla en un autobús, se consiguiera llegar a destino de dos a tres horas antes. Los camiones invierten de catorce a quince horas en el recorrido, en tanto que con este "invento", puede hacerse en doce horas o poco más. Esto, en un país tan organizado como el que nos ocupa, es naturalmente, muy importante. Tanto, que el transportista sueco se decidió a acudir al carrocero finlandés Kiitakari (¡toma ya, nombre vikingo!) con un chasis de autobús Scania K112, para dedicarlo al transporte de mercancías, dejando algunas filas de asientos por aquello de que se trataba de colar el vehículo a efectos legales, como uno de transporte de viajeros.

Desde luego, la capacidad de carga disponible era de sólo 10 toneladas, frente a las 30 que pueden llevar los camiones, pero hay mercancías caras que pueden absorber el mayor coste de este tipo de transporte.

La policía no es tonta

Pero claro, como decimos en España, la policía no es tonta, y los funcionarios suecos menos. Por eso, cuando el transportista fue a homologar el vehículo para obtener los correspondientes permisos de circulación, los funcionarios sonrieron y dijeron: ¡No!. Las negociaciones fueron difíciles: que si una labor de interés social, que si patatín, que si patatán. Finalmente, se alcanzó el acuerdo. Las autoridades accederían al chanchullo o fraude legal a cambio de que el transportista pusiera las nueve plazas plazas de viajeros a 250 coronas suecas (unas 4.325 pesetas), la mitad de precio que tienen las plazas de los autobuses normales que efectúan el mismo recorrido, para que pudieran beneficiarse las clases sociales más bajas, ya que, aunque Vds. no lo crean, también en Suecia hay clases sociales más bajas. Y según parece, los fines de semana se llenan todas las plazas.

El conductor se prepara a ceder el volante a otro
compañero para respetar las horas de conducción
Así pues, el grupito de periodistas que se habían elegido como conejillos de Indias para contar esta experiencia en otros países europeos, tres holandeses, un austríaco y un españolito, un servidor, tomamos asiento en el curioso vehículo, provistos como es debido, de las correspondientes botellas de coñac y whisky, adquiridas a toda prisa a la vista del cariz climatológico que estaba tomando la situación.

Proyectos de expansión

La salida, bastante tiempo después de cenar, se produjo a las 19:15 horas, ¿qué les parece?. Había dejado de nevar, pero hacía un frío que pelaba. Durante el viaje, Benny Öhmans, hijo del dueño de la compañía Reinhold Öhmans, propietaria del vehículo e integrada en Bilspedition, nos fue poniendo en antecedentes de lo contentos que estaban con este tipo de servicio y de sus proyectos de ampliarlos en el futuro, utilizando chasis más robustos, de camión, concretamente del tipo Scania 143, que les iban a permitir llegar a las 15 toneladas de carga útil, lo que les supondría un aumento considerable de la rentabilidad.

Benny Öhmans, hijo del dueño de la compañía
transportista Reinhold Öhmans, se echa la mano
a la cabeza como diciendo:
¡Vaya grupo que me ha tocado en suerte!
Los vehículos nuevos tendrán cuarto de aseo y una cabina sobreelevada con la que se pretende eliminar el capó del motor que ahora entorpece un poco el movimiento dentro del habitáculo y resta espacio libre, al tiempo que se conseguirá rebajar el nivel de ruido en el interior del espacio destinado a viajeros.

En medio de un mar de nieve

Voy al lado de la ventanilla, con cristal doble. En el exterior, puedo ver la escarcha que se acumula sobre el cristal. Pese al aislamiento térmico que se ha introducido en los paneles de la carrocería, cuando me apoyo en ella, siento frío en el costado. A las 21:30, paramos en Ockelbo, un área de servicio que funciona todo el día. Ha estado nevando a ratos, a veces con intensidad. La ruta se halla totalmente cubierta de nieve, pero el conductor parece habituado a viajar sobre ella, naturalmente sin cadenas, y lógicamente, se mantiene ajeno a las rondas de anticongelante que periódicamente nos despachamos por detrás con la injustificable disculpa de matar el frío pues el sistema de calefacción del vehículo es más que suficiente para mantener la temperatura adecuada.

A las 02:00 de la mañana del día siguiente, en medio de una noche totalmente cerrada y rodeados por las mayores cantidades de nieve que uno pueda imaginarse, nos detenemos a tomar un tentempié en un área de servicio próxima a la localidad de Doksta. El chófer nos abandona: ¡hay que respetar las normas sobre tiempo máximo de conducción continuada, dejando el volante a un compañero!.

En el interior del área de restauración, decorada al estilo trucker americano, dos o tres grupos de personas, a cual más pintoresco, devoran algunos bollos rellenos de carne de reno ahumada, que van ayudándose a deglutir con el auxilio de frecuentes sorbos de café.

Nos armamos de valor y de ropa de abrigo y nos echamos al mar de nieve que cubre lo que habitualmente debe ser una inmensa campa para el estacionamiento de los vehículos, en medio de la cual se encuentra nuestro camión-bus, por llamarlo de alguna forma, para reanudar el viaje.

Final de trayecto

Nuestro vehículo, ya en Lulio e iluminado por la
débil luz del día invernal sueco, descarga en los
muelles de Reinhold Öhmans
Con el calorcito de la calefacción, el estómago lleno y el ronroneo del motor, los miembros del grupo no podemos resistirnos a la tentación de descansar por algunos minutos en los brazos de Morfeo, descabezando algún que otro sueño.

Poco a poco, va amaneciendo y a la tenue y azulada luz del alba, podemos contemplar como la nieve lo cubre todo, hasta donde se pierde la vista. Pese a ello, nuestro vehículo se encamina seguro, a velocidad constante, hacia el final de nuestro viaje: Lulio. Allí, tras quitarnos las legañas y adecentarnos un poco en el cuarto de aseo de la base de Reinhold Öhmans, un pantagruélico desayuno en un céntrico hotel de la ciudad puso fin a esta experiencia transportista.
----------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Hasta aquí, el relato de un artículo escrito hace más de 27 años y que no había visto la luz hasta este momento.

Esta fotografía, publicada por Goyo Gómez (Goyo Goyito, en Facebook) de este curioso
vehículo del servicio sueco de Correos, me recordó que hace más de 27 años, yo había
recorrido 1.000 kilómetros en una noche de pleno invierno en uno muy similar